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Foto del escritorAinoa Soler

En cada atardecer

Reflexiones del niño y su crecer



No sé por donde empezar, de todo lo que me gustaría contar.

Los recuerdos se amontonan, y se turnan sin parar.

Sonrisas y llantos, alegrías y pesares.

Son como un cristal de tiempo, que nos invitara a entrar.


Conocer el universo.

Su orden perfecto, y su caos al reverso.

Un equilibrio corpóreo, que trasluce en cada amanecer.


A pocos metros de llegar, las casas y parcelas dan lugar algo muy bello.

Árboles y luces se entrelazan, y no hay que más alzar la vista al cielo,

para sonreír y soltar el miedo.


Todo es nuevo.

Y con su encanto convertido en velo, empieza el juego.


Las familias reciben con dulzura el tiempo.

Encuentro.

Paso a paso, hacia un reto nuevo.


Cada niño busca su espacio.

Hay quién busca con perplejidad.

Hay quién descubre con felicidad.

Hay quién se esconde con celeridad.

Hay quién observa y se detiene.


Sentados en la mesa, James y yo disfrutamos de unos trozos de manzana.

Recién cortada. Fresca. Jugosa. Dulce. Y tan sabrosa!

El papa de Luc tiene que irse ya a trabajar, cuando un torrente de llantos no se hace esperar.

Llantos que llaman, pasionalmente desechos, al corazón que en breve se ausentará.

No papa, no te vayas.


James, de cuatro años, contempla la escena consternado.

Mira el plato del que está tomando fruta.

Y ese trozo de manzana que tenía en la mano, se desplaza suavemente hacia Luc.

Ojos abiertos como dos naranjas, le ofrece al compañero esa delicia que hasta hace un momento, se llevaba con fruición a su paladar.


Entre llantos y desconsuelo, Luc detiene su berrido un instante, y atiende curioso.

Descubre la ternura en el gesto, y su llanto se transforma por una milésima de tiempo.


Mirar la escena desde fuera, es un cuento personificado.

Un auténtico regalo.

El ser humano.

En su mayor definición de hermano.


Los minutos siguen escribiendo misterios.

Sobre esos seres a los que llamamos humanos.


En esta pequeña escala, rodeada por una decena de árboles, y un par de huertos, me siento absorta, inmersa. He aquí un mundo entero. Con su abanico de colores.

Juegos y escenas, papeles e interpretes.

Escenarios que no sabría decidir, como suceden.

Tan solo suceden.

Como los minutos en la partida de dominó, que juegan junto al reloj.


¿Hay forma de explicar, la maestría de los niños para convertirse en libros abiertos?

Una enciclopedia abierta.

Repleta de las mil y una maravillas.

Ver a los niños libremente jugar, qué torrente puede llegar a generar.

Son un sinfín de emociones, soluciones, acertijos, retos y caminos


Dales su tiempo.

Dales su espacio.

Espera atento.

Observa cuidadosamente.

Háblales con respeto adulto.

Y ellos como adultos te responderán.


Adultos vivos.

Llenos de curiosidad.

De perplejidad por el mundo que los mira.

Llenos de espontaneidad.


Una sonrisa en sus rostros brilla.

Y su atisbo de felicidad, contagia ya a todo el que mira.


Al aire libre y en plena naturaleza.

Jugando sin cesar.

Aprendiendo sin parar.


Una camino que nace cada día,

para aquél que quiera aprender a cuidar.


Conocer el universo.

Su orden perfecto, y su caos al reverso.

Un equilibrio corpóreo, en cada amanecer.


Antes de partir, vuelvo la mirada.

Me detengo frente al árbol.

Y sigilosamente, me pregunto cuál fue el momento.


Aquél en que el humano, decidió olvidar su cuerpo.

La tierra.

La luz. El sol. La brisa.

El agua.

Y el tiempo para sentirse ser.

Sonrisa del cielo, en cada atardecer.



Ainoa Soler

La Rural, Valldoreix - Julio 2024

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